lunes, 2 de mayo de 2011

VIDA DE JESÚS DICTADA POR ÉL MISMO - Parte 1

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PRÓLOGO
Amigo lector:
Este libro que tienes en tus manos, nos relata la verdadera vida de Jesús. Esta historia auténtica y sublime para unos, es dudosa o falsa para otros. Yo sólo deseo apelar al buen sentido de todos los que lean este libro; para que lo hagan sin dejarse influenciar por todas las campañas lanzadas para desacreditarlo y calumniarlo desde el momento de su publicación, ataques que hasta hoy se están realizando.
En 1.885, en Aviñón, antigua ciudad del sur de Francia, Jesús de Nazaret relató su vida en estas páginas, dictadas por orden de él a una señora de muy poca instrucción, que fue escogida como médium para escribir este gran libro, donde se refleja la grandeza y la sublime elevación del Espíritu que lo dictó. También es necesario resaltar el meritorio desinterés de la médium, que permaneció en el anonimato, dando así un verdadero ejemplo de humildad.
El Sr. Ernesto Volpi, capitán del ejército italiano, recibió un ejemplar de la primera edición francesa, desaparecida misteriosamente. Sintiéndose éste impresionado, de tal manera, con los enseñamientos que contiene este libro, se prometió a sí mismo traducirlo al italiano, su idioma natal, saliendo así una segunda edición del libro «Vida de Jesús dictada por él mismo».
Un ejemplar de esta edición italiana llegó a Buenos Aires, por medio de un estudioso de la doctrina espírita, que lo entregó a la revista Magnetológica, y ésta a continuación al Dr. Ovidio Rebaudi, médico científico e investigador, quien lo tradujo al español y lo amplió, recibiendo mediúmnicamente una segunda parte, saliendo así el libro de edición argentina con dos partes; la primera parte recibida por la Sra. X en Francia y la segunda por el Dr. Rebaudi en Argentina. En 1.935 llegó este libro a Brasil, por medio de una persona que viajó hasta Río de Janeiro, y llevó un ejemplar de esta edición argentina. Allí fue nuevamente publicado en portugués, por Sebastián Caramuru.
En 1.951 yo emigré para Brasil y poco tiempo después, en Río de Janeiro, conocí la existencia de este libro; su lectura me impresionó, por su realismo, por su lógica y por el inmenso sentido moral que tiene su contenido. Yo creo sinceramente que es obra de Jesús, directa o indirectamente porque cuando lo leo, me siento influenciado por el pensamiento de ese Ser Supremo.
Regresé a España en el año 1.971, con el serio compromiso de divulgar la doctrina espírita, tarea muy difícil y arriesgada en esa época, por la dictadura militar y religiosa que imperaba en esos momentos, y lógicamente el Espiritismo estaba totalmente prohibido y perseguido; aún así, traduje e imprimí de forma clandestina, varios libros espíritas, que distribuí gratuitamente por todo el territorio nacional español. Fue ya en el año 1.991 que por fin pude realizar un viejo deseo: el dar a conocer en España, mediante la divulgación gratuita, este libro «Vida de Jesús dictada por él mismo».
Para mí, la moral y el sentimiento religioso, no significan nada si está fuera de la idea espiritista, porque es la única que le presta un verdadero apoyo después de haberle dado la existencia, y ella debe ajustarse severamente a la verdad para tener un valor efectivo y racional. Todas las verdades se van descubriendo con el progreso de la ciencia y de este modo la verdad se impone junto con la moral y el sentimiento religioso.
El libro «Vida de Jesús dictada por él mismo», viene a prestar un importantísimo servicio al Espiritismo en el momento preciso, desmintiendo totalmente, muchos de los acontecimientos que se hacían inaceptables para la mayor parte de los estudiosos, sobre la personalidad de Jesús, devolviendo la verdadera imagen al Nazareno. Además apoya totalmente, sin lugar a duda, el grandioso trabajo realizado por Allan Kardec, y sobre todo la definición que encontramos en los libros de la codificación espírita, respecto al cuerpo de Jesús y su naturaleza. Yo estoy plenamente convencido de que con la publicación de este libro, se restablece la verdadera personalidad de Jesús, aclarando todos los puntos dudosos sobre su vida, creados por la ignorancia y el fanatismo de la humanidad. Lo que es verdaderamente lamentable es, que una parte de esa humanidad, ciegamente aún, se empeñe en divinizar la persona de Jesús, queriendo hacer de él, un dios hecho hombre. ¡Imaginaros el Dios de este Universo infinito, rebajándose a tomar un cuerpo humano, en un planeta insignificante, totalmente animalizado! Y aún tenemos esta otra parte de la misma humanidad, aparentemente más esclarecida, que si no hace de Jesús un dios, en cambio lo diviniza haciendo de él, un espíritu protegido por Dios, naciendo con un cuerpo fluídico, engañando a su propia madre que ignoraba este hecho, mintiendo a todo el mundo y convirtiéndose en el mayor farsante de nuestra historia. Es verdaderamente triste que los hombres aún seamos tan orgullosos, ignorantes y fanatizados, que no seamos capaces de ver y conocer a Jesús, el Espíritu más elevado, sublime y humilde que jamás ha nacido en este planeta.
En la cuestión 625 de «El libro de los Espíritus» se pregunta: ¿Cuál ha sido el arquetipo más perfecto que Dios haya otorgado al hombre para servirle de guía y modelo? Respuesta: «Ved a Jesús». Jesús es para el hombre el arquetipo de la perfección moral a la que puede aspirar la humanidad en la Tierra. Dios nos lo ofrece como el modelo más perfecto y la doctrina que ha enseñado es la más pura expresión de su ley, porque estaba animado del Espíritu Divino y fue el Ser más puro que haya reencarnado en la Tierra.
Esto demuestra lo siguiente: Si Dios nos pone a Jesús como modelo a imitar, esto quiere decir que el cuerpo de Jesús, no era fluídico porque si lo fuese, sería imposible imitarlo. Sin ninguna duda, es el ser más elevado que ha pasado por este planeta, pero esa elevación la consiguió por sus propios méritos, marcando así el camino que nosotros y toda la humanidad tenemos que seguir.
No quiero profundizar más sobre este tema y podría hacerlo, pero no es este mi objetivo, sólo deseo esclarecer a todos los que puedan estar interesados en este tema y dejar demostrada la autenticidad de este libro.
Con esto mis queridos hermanos, yo deseo sinceramente ayudaros para que hagáis un juicio exacto, racional, honesto y libre de cualquier influencia interesada en desacreditar este libro, venga de donde venga.
Para acabar, mis queridos lectores, sólo deseo pediros que cuando leáis este libro, lo hagáis con total independencia, racionalmente, sin dejaros influenciar por nadie, y entonces podréis comprobar que en su contenido no hay ningún fanatismo religioso, que aún es el mayor mal que sufre esta humanidad.
Sin desmerecer el trabajo mediúmnico de tan gran relevancia, que el Dr. Ovidio Rebaudi realizó al traducir la edición italiana y escribir la segunda parte del libro, la presente edición para distribución gratuita, constará solamente de la primera parte, obtenida del libro original de edición italiana publicado por el Sr. Ernesto Volpi, habiendo sido imposible el conseguir la primera edición francesa. Acabo este prólogo, agradeciendo, en mi nombre y en el de todos los que lean este libro, el gran trabajo que el Sr. Ernesto Volpi, realizó para el bien de la humanidad.
¡Que la paz de Dios, esté con todos vosotros, y que Él guíe nuestro camino!
José Aniorte Alcaraz
Orihuela, 5 de marzo de 2.008
Nota: Recomiendo la lectura de Jesús y el Evangelio a la luz de la psicología profunda; dictado por Joanna de Ángelis (Espíritu); psicografiado por Divaldo Pereira Franco.Impreso por Librería Espírita Alvorada Editora – Salvador Bahía, Brasil.
PREFACIO DEL SEÑOR VOLPI
EN 1.885 el Anti-Materialista de Aviñón, revista dirigida por el Sr. René Caillé, publicó esta obra obtenida medianímicamente en francés. Yo recibí una copia, que dejé descansar en mi pequeña biblioteca, sin tomarme el trabajo de leerla, durante algún tiempo, por no atribuirle valor alguno. Seducido por la confianza que me inspiraba el excelente director del Anti-Materialista, quien recomendaba el libro a la seria atención de los estudiosos, me puse a ojearlo recibiendo una profunda impresión de su rápida lectura. Volví a leerlo repetidas veces resultando cada vez mayor la impresión, hasta llegar a la más completa convicción con respecto a su identidad. El conocimiento cada vez mayor que yo adquiría respecto al moderno espiritualismo, me ayudaba mucho para formarme este sano criterio: ¡Nadie, fuera de Jesús, puede haber dictado el libro que tengo bajo mis ojos! Del mismo modo que, oyendo hablar a una persona desconocida para nosotros, de la firmeza de sus expresiones, conforme a la lógica de las ideas y del amor cálido y enérgico, que nunca se desmiente, recibimos el convencimiento de que ella no nos engaña; idea que se convierte en íntima certidumbre cuando sus enseñanzas resultan completamente desinteresadas y en continua armonía con los hechos e ideas que se agitan en medio de la incertidumbre de la mente y del alma; tal y como aconteció conmigo ante la obra de Jesús. Frente a ello se concibe también la energía característica, el amor inmenso y la constantemente admirable fuerza de voluntad que llevaron al Gólgota a AQUÉL que así habla.
Desmiente a todos los que quieren hacerlo pasar por el único hijo de Dios, mientras asegura, en cambio, que todos podemos llegar, después de repetidas existencias, a su elevación, trabajando nuestra alma en el sentido de la luz divina. Confirma implícitamente lo dicho por Allan Kardec, sin nombrarlo, y lo explica en ciertos puntos esenciales, que éste, o no trató o lo hizo confusamente. Hubo quien, sin dudar de la sinceridad de la señora médium, la acusó de automatismo y creyó poder probar que las ideas manifestadas en esta obra carecen de la firmeza y de la elevación de las ideas propias del grande y genial reformador, como igualmente se le combate por los que creen que Jesús es el único hijo de Dios.
Se precisaría algo más que un simple artículo de diario para convencerlos de que todos ellos se encuentran en un grave error, pero no pudiéndolo hacer aquí, me parece conveniente referir lo que han dicho de este libro varios personajes ilustres y de edad avanzada, acostumbrados a dar con calma a las cosas el verdadero lugar que les corresponde.
José Zolli, uno de los mil, profesor de matemáticas, bien conocido por sus obras, me escribió como sigue respecto a la obra. (Véase Il Vessillo de febrero 1.902): «He leído, vuelto a leer y releer, más y más veces, la bellísima VIDA DE JESÚS. Estoy entusiasmado de ella, no habiendo leído jamás una obra más hermosa y elevada. Ella exhala algo realmente superior. Es un libro que reúne el arte a la santidad constituyendo tal vez en su sencillez el libro más espléndido. Cuanto más se lee, más se le aprecia».
El distinguido abogado G. Sforza, miembro del Consejo de Apelación, escribió (Véase Il Vessillo de febrero 1.900): «Al emprender la lectura de este libro me asaltó la duda respecto a la realidad de su origen medianímico. Pero no había llegado aún a la mitad, y toda duda había 9 desaparecido por completo en virtud de este sencillo raciocinio: Si negara su origen medianímico tendría que admitir en la autora un ingenio poco común, una profunda cultura y minucioso conocimiento de los tiempos y lugares en que se desarrolló la vida de Jesús, y todo ello unido a un exquisito sentimiento ético, desarrollado a tal punto de constituir su propia esencia personal. Pero una mujer provista de semejantes dotes se encuentra indudablemente en las condiciones de producir una obra original y hasta que no se pruebe lo contrario, no será jamás creíble que ella haya querido negarse a sí misma presentando una obra ajena, cuyo mérito en nada podría corresponder. Para poderlo creer sería necesario tener entre manos una razón digna del sacrificio y esta razón no podría ser el deseo de aparecer como médium, compartiendo así una prerrogativa con muchas otras personas, muy inferiores seguramente a las dotes reveladas por la escritora. Por lo tanto no existe ningún motivo para dudar del origen francamente medianímico de este libro».
El príncipe Wisniewski me escribió así (Véase Il Vessillo de octubre 1.899):«Este libro es la luz venida del cielo». Es un verdadero acontecimiento. Después de tantos sofismas, contradicciones y supersticiones contenidas en una biblioteca tan voluminosa, si se le arrojara al río Po su curso quedaría interceptado y desviado, nos es permitido leer la verdadera vida, la verdadera misión de Jesús, depurada de las escorias de la tradición con que los siglos la han desfigurado. «Tiene usted razón al decir que leyendo este libro se siente uno hablando con el dulce Mesías de Nazaret; tal es el timbre de verdad que resalta en él, verdad expresada con la mayor sencillez y el más grande desprendimiento de la vida material, como Él lo demostró durante su corta estancia en este Planeta».
Esta opinión ha sido manifestada también por la Revista Freya (Argentina), que transcribió una parte de ella. Dejo de citar otras revistas, que se han manifestado en una forma sumamente favorable con respecto a la obra, para ocuparme únicamente de L´Harbinger of Light de Melbourne (Australia).
El señor James Smith, antiguo y conocido colaborador de dicha revista, escribe lo siguiente (Véase Il Vessillo Spiritista de diciembre 1.899): En la VIDA DE JESÚS escrita desde el principio hasta el fin por una señora francesa, traducida al italiano por Ernesto Volpi y publicada en Vercelli, se encuentran muchos pasajes fundamentalmente idénticos a una serie de comunicaciones que demuestran su común proveniencia de una misma fuente, las cuales se recibieron en esta ciudad (Melbourne) durante los últimos siete años, por conducto de tres diferentes médiums en posesión, desde 1.892 a 1.899, los que fueron empleados como canales para su transmisión.
Ello parece indicar que han emanado de una misma fuente. Como ejemplo transcribo aquí las siguientes palabras, que se refieren a Judas Iscariote: VIDA DE JESÚS (Traducción de Ernesto Volpi)
«¡Pobre Judas! En mis últimas horas has ocupado más que nadie mis pensamientos, y mi alma se inclinaba hacia la tuya para hablarte de esperanza y de rehabilitación. Perdido; se dijo perdido al que traicionó a Jesús. (10)¡Oh! ¡No! Nada se pierde de las obras de Dios, todas están destinadas a ser grandes, todas se verán honradas, aunque todas empiezan arrastrándose penosamente sobre la ladera de la montaña, para iluminarse después con los fuegos divinos al llegar a la cima».
VIDA DE JESÚS
Obtenida medianímicamente en Melbourne (Australia)
«¡Pobre Judas! Ahora yo tengo piedad y lágrimas para él. Hasta ahora todos lo han calumniado e injuriado como a un imperdonable traidor. Pero no obstante deberían compadecerlo mientras nadie tiene, en cambio, una lágrima para el pobre Judas. Yo que fui traicionado por él, lo perdoné desde entonces, y él ha progresado después convirtiéndose en maestro como aún lo es; si bien no revela su nombre cuando habla, debido a la marca cruel de oprobio con que lo ha señalado el hombre. Sepan ellos que ni una sola alma será o podrá ser perdida y entre los ángeles puros y gloriosos que son dignos de encontrarse en presencia del Padre, no hay uno sólo que no haya pecado y sufrido, que no haya hollado el duro sendero del pan de la tribulación, justamente como yo hice».
Hay que tener presente aquí, que según las dos vidas de Jesús, Judas no traicionó por avaricia de dinero, sino por celos, por envidia de las preferencias de que eran objeto por parte del Maestro, Juan y Pedro. (Véase Il Vessillo de noviembre 1.899).
El señor James Smith, entre otras cosas dice lo siguiente:«Entre los muchos pasajes notables de este libro precioso, resaltan esos vivos retratos que Él hace de Juan Bautista, de Salomé esposa de Zebedeo, de Sócrates (precursor del Nazareno), de María de Betania, de María de Magdala, del apóstol Marcos, de Poncio Pilatos y de otros personajes del Nuevo Testamento, por los cuales se adquiere una idea más clara y definida en esta Vida de Jesús, que en los mismos Evangelios, que no nos dan sino un simple esbozo, mientras que en estos retratos los vemos casi como si estuvieran vivos».
Por lo que respecta, por otra parte, a la elocuencia característica que se destaca en toda la obra, a esa unidad esencial que domina en todas sus partes, a esa sublime eliminación del Yo, jamás olvidada en la constante adoración hacia el Padre de él y de todos los hombres, en ese sentimiento divinamente admirable de religión y de moral que inculca, yo no me atrevo casi a hablar con esa entusiasta admiración que la religión de este libro me ha inspirado, por temor de que se me tache de exagerado.
Sería una verdadera desgracia para los espiritualistas de Gran Bretaña, de Estados Unidos, de Canadá, de Australia, de Sudamérica, Francia, España, Alemania, Austria, Hungría, etc. si a este libro no se le tradujera en inglés, alemán, español y nuevamente en francés, habiéndose perdido el original y no habiendo quedado más copia que la conseguida por mí.
Habiéndome asaltado la duda de que los médiums de Melbourne hubieran podido llegar a conocer el libro VIDA DE JESÚS, escribí al señor James Smith, (11) rogándole que me sacara de dudas al respecto. He aquí su contestación con fecha 15 de agosto de 1.901: «Contesto a su pregunta sin pérdida de tiempo: es completamente imposible que alguna de las tres médiums (una de ellas ha muerto) pudiera conocer el contenido de su libro, porque las dos que viven son analfabetas, y la que ha muerto poco le faltaba para serlo. Ninguna de ellas conocía una sola palabra de francés ni de italiano». «Sucedía a menudo, que ellas no comprendieran las comunicaciones que recibían por su conducto como médiums parlantes, siendo superiores a su limitada comprensión».
James Smith agrega: Le ruego que disculpe mis tentativas imperfectas para escribir en italiano, al transmitirle estas borroneadas líneas dándole la última comunicación recibida del Maestro en el Círculo en presencia de varios visitantes extranjeros: «Queridos hijos, una vez más me encuentro entre vosotros por aquello de que donde se encuentren corazones amantes, yo me presento. Algunos hombres dicen que yo no puedo venir a la Tierra. ¿Pero por qué no? Por su sola mala voluntad de recibirme. Si el cordón magnético fuera bastante fuerte, el que ahora os habla, vendría muy gustoso a transmitiros las palabras de ternura que os trae de nuestro Padre». «Algunos me llaman hijo de Dios; mas ¿No sois todos hijos de Dios? ¿Creéis que el Padre tiene hijos preferidos? Jesús de Nazaret no es más querido de Él que el paupérrimo ser que se arrastra sobre la tierra. Dios ama todas las cosas que ha ama todas las cosas que ha creado, desde el más pequeño insecto hasta las obras más grandiosas, salidas de sus manos. Por eso todos son sus hijos, todos son iguales en su corazón divino». «El Sol resplandece igualmente sobre los malos que sobre los buenos y vivifica todas las cosas bellas y útiles al hombre, para el sostén y para la alegría de todos».
«No creáis nunca imposible que Jesús de Nazaret venga hacia vosotros siempre que tiréis de las cuerdas de la simpatía y del amor. Heme aquí, estoy vivo. ¡Ah! ¡Cuánto me aflige la nueva crucifixión que me hicieron sufrir los hombres al pretender hacerme igual al Padre para adorarme como a Dios! ¡Qué sacrilegio! ¡Qué profanación! ¡Cuál blasfemia la de adorar a la criatura en lugar de Dios!». «No creáis que es más sorprendente mi vuelta a la Tierra que la de vuestros parientes y amigos. El mensaje que os traigo es el mismo que traía en los tiempos antiguos».«Amaos los unos a los otros, y ayudaos a sobrellevar vuestras respectivas cargas. Ruego a nuestro Padre que os bendiga y os ampare ahora y por toda la eternidad».
De este modo nuestros antípodas tuvieron manifestaciones de tal naturaleza para no dejar duda respecto a la autenticidad de la obra medianímica. VIDA DE JESÚS, escrita por una médium anónima francesa bajo el dictado del Mesías Nazareno, manifestaciones superiores a las representadas por los Evangelios, mientras los iluminan en diversos puntos a éstos. En Europa me place citar: 1.º Sara la Hebrea (Anales del Moderno Espiritualismo, págs. 114 -148, año 1.873) en que se describe la tremenda batahola que el pueblo produjo delante de Pilatos, confirmando con ello nuestra comunicación; 2.º Herculanum, libro medianímico (2 volúmenes) de Wera Krijanowski, hija del general del mismo nombre, en quien viene a quedar iluminados algunos pasajes de los Evangelios, entre los cuales aquellos que, por ellugar y las circunstancias, ponen en claro lo referente al Sermón de la Montaña, alcomo lo indica la comunicación de la referencia. Recientemente la Sra. WeraKrijanowski recibió el nombramiento de oficial de la Academia francesa.
Los dos médiums nombrados no conocían el libro VIDA DE JESÚS. Conviene citar también al Sr. Aquiles Brioschi, que aun siendo completamente contrario al espíritu del libro, por cuanto cree que Jesús es el único hijo de Dios, me escribía no obstante en 1.889 lo siguiente:«Le hago presente que nosotros también tenemos comunicaciones sumamente favorables a este libro, justamente obtenidas por la mediumnidad de una señorita además de instruida e inteligente, médium vidente, las que afirman que el libro hará mucho bien y que ha sido obra santa el publicarlo. Esta señorita goza de la fama de santa».
El sacerdote Guido Piccardi, tan contrario a la obra elogiada, por su convencimiento de que Jesús es el único hijo de Dios, y habiéndome escrito sobre el particular, como lo manifesté en Il Vessillo de agosto de 1.899, tuvo más tarde que manifestarme que había recibido repetidas comunicaciones medianímicas sinceras y contrarias a su modo de opinar. No quiero tampoco olvidar a la distinguida Virginia Amelia Marchioni, profesora, que yo veía por primera vez, quien buscando amablemente de contestar a una pregunta mía de carácter espiritualista, cayó de improviso en posesión, palideciendo intensamente y debilitándosele la voz y me dijo que era realmente de Jesús la obra que me interesaba. Comprobé de una manera que no dejaba lugar a dudas el estado de trance en que se encontraba la distinguida señorita, que al volver en sí recobró su voz y sus colores naturales.
Yo poseo un cuadro medianímico hecho al lápiz por el médium Favre y que representa la cabeza de Jesús, a cuyo anverso tenía la costumbre de escribir lo que resolvía llevar a cabo, sin hacerle después correcciones. Después de casi catorce años que yo poseía el libro VIDA DE JESÚS dictada por él mismo a la médium señora X… y después de algún tiempo que acariciaba la idea de publicar su traducción, efectuada por mí, me desperté una mañana con la resolución hecha de llevarla sin más a la imprenta. Me levanté, coloqué el cuadro sobre una mesita con el propósito de escribir en el anverso del retrato, la promesa solemne de efectuar mi propósito tan pronto estuviera vestido.
Escribí mi promesa y la primera traducción vio la luz. Así, después de treinta años de constantes estudios de los cuales doce los pasé como director de Il Vessillo Spiritista en medio del progreso, lento pero seguro, de nuestras doctrinas, pasando por encima de las muchas, banales y groseras mistificaciones, a las que desgraciadamente ofrecen oportunidad estas materias; tomando nota de lo que se dice por científicos y no científicos respecto al Moderno Espiritualismo – ¡Que Dios los ayude! – afirmo con el estricto sentido de la palabra, que estoy bien seguro de la identidad medianímica de esta obra de luz, la cual me proporcionó tantas alegrías morales, como ninguna otra escrita hasta ahora, y me brindó con una constante y elevada dirección, llena de consuelos y de razón, para la marcha de la vida terrenal.
Con estos sentimientos publico la segunda traducción.
ERNESTO VOLPI
CAPÍTULO I
JESÚS HABLA DE SU NACIMIENTO Y DE SU FAMILIA
Hermanos míos, escuchad el relato de mi vida terrestre como Mesías: Yo fui el mayor de siete hermanos. Mi padre y mi madre vivían en una pequeña casa de Nazaret. Mi padre era carpintero. Yo tenía veintitrés años cuando él murió. Tuve que irme a Jerusalén algún tiempo después de la muerte de mi padre, allí, en contacto con hombres activos y turbulentos, me metí en asuntos públicos. Los romanos gobernaban Jerusalén como todos los pueblos que habían sometido. Los impuestos se establecían sobre la fortuna, pero un hebreo pagaba más que un pagano.
Se daba el nombre de iniciados a los hombres de Estado, y el poder de estos hombres de Estado se manifestaba con depredaciones de todas clases. Los descontentos me convencieron de que debía unirme a ellos hasta el punto que me olvidé de mi familia. Confié a extraños la tarea de arreglar los asuntos de mi padre, y sordo a los ruegos de mi madre, escuchando y pronunciando discursos propios para excitar las pasiones populares, yo me privé de todas las alegrías filiales y me sustraje a toda influencia de mis hermanos.
Mis correligionarios me inspiraban lástima; y esta lástima no tardó en cambiarse en deseo de corregir sus errores; me fui exaltando cada vez más y Dios me otorgó esa claridad suprema que da estabilidad a la fe, fuerza a la voluntad y alimento a las energías espirituales. Mis visiones, si este nombre puede darse a la felicidad interna que me acompañaba, me alejaban de mis ocupaciones materiales para trazarme una vida de Apóstol y prepararme para la gloria del martirio.
Respecto a los milagros que me atribuyeron, queridos hermanos, ni uno sólo es cierto; pero conviene meditar la sabiduría y la profundidad de la gracia de Dios. Todos los destinos dotados con una misión, precisan ser alentados por Dios, y la pureza de los ángeles cubre con una sombra protectora la fragilidad del hombre. El pensamiento de Dios echa la semilla en el presente, y esta semilla dará frutos en el porvenir. La solicitud del Padre sueña la felicidad de todos sus hijos, y el Mesías es mandado por el Padre, para sostener a sus hermanos en medio de los peligros presentes y futuros.
La razón reconoce un Dios que baja de las gradas de su potencia, para compadecer los males de sus criaturas, pero no podría admitir un Dios que favoreciera a los unos, olvidando a los otros, la razón debe negar los honores divinos cuando estos honores no se han establecido para el bien general y explicados por la justicia eterna, de que ya tenéis las descripciones. La gracia tiene siempre, como pretexto, los designios del Ser Supremo sobre todos, y los Mesías no son más que instrumentos en las manos de Dios. Dejemos pues los cuentos maravillosos, las despreciables historietas hechas alrededor de mi persona y honremos la luz que Dios permite que se haga en este día, mediante la sencilla expresión de mi individualidad y por medio del luminoso desarrollo de mi misión.
Mi nacimiento fue el fruto del matrimonio contraído entre José y María. José era viudo y padre de cinco hijos cuando se casó con María. Estos hijos pasaron ante la posteridad como primos míos. María era hija de Joaquín y de Ana, del país de Jericó, y no tenía más que un hermano llamado Jaime, dos años menor que ella. Nací en Betlén. Mi padre y mi madre habían hecho este viaje, sin duda, por asuntos particulares y por placer, con el objeto de reanudar relaciones comerciales o también para estrechar amistades; he ahí la verdadera historia.
Mis primeros años transcurrieron como los de todos los hijos de artesanos acomodados, y nada ofrecieron como indicio de la grandeza de mi futuro destino. Yo era de carácter tímido y de inteligencia limitada, tímido como los niños educados con severidad y de limitadas facultades intelectuales, como todos aquellos cuyo desarrollo intelectual se descuida. Para mi familia era un ser inofensivo, huérfano, de cualidades de valer, de lo cual resaltaron las primeras contrariedades de mi existencia y también los primeros honores que tributé a Dios. Débil y pusilánime delante de mis padres, fuerte y animoso ante la gran figura de Dios, el niño desaparecía durante la plegaria para dejar su lugar al espíritu, ardoroso y dispuesto al sacrificio.
Me dirigía a Dios con arrebatos de amor y reposaba en brazos de lo desconocido, de la doble fatiga impuesta a mi físico débil y a mi espíritu rebelde. De la multiplicidad de mis prácticas de devoción resultaba una penosa confusión, que establecía, de más en más, el convencimiento de mi desnudez intelectual.
Era costumbre de los habitantes de Nazaret y de las otras pequeñas ciudades de la Judea, de encaminarse hacia Jerusalén algunos días antes de la Pascua, que se celebraba en el mes de marzo. Los preparativos de toda clase que se hacían, daban fe de la importancia que se atribuía a tal fiesta. Montones de géneros se vendían endicha ocasión y se combinaban diversas compras para traer algo de la gran ciudad.
En el año a que hemos llegado y que es el duodécimo de mi edad, tenía que participar yo también del viaje anual de mi familia, juntamente con el primogénito de mis hermanos consanguíneos. Partimos mi madre, mis hermanos y yo con una mujer llamada María; mi padre prometió alcanzarnos dos días después. Al llegar a Jerusalén mis impresiones fueron de alegría, y mi madre observó el feliz cambio que se había efectuado en mi semblante. Paramos en la casa de un amigo de mi padre. Mi hermano, tenía entonces veintidós años, él merece una mención especial. Mi padre había manifestado siempre hacia este hijo, el más vivo cariño, y los celos oprimían mi corazón cuando me olvidaba de reprimir esa vergonzosa pasión que se quería apoderar de mí.
Yo me había visto privado de las alegrías de la infancia debido a esta predilección paterna. Mi madre percibía algo de mis sufrimientos, pero los cuidados que exigían una numerosa familia le impedían hacer un estudio profundo de cada uno de los miembros de la misma. Mi padre era de una honradez severa, de un carácter violento y despótico. La dulzura de mi madre lo desarmaba, pero los hijos le daban trabajo a este pobre padre, que no soportaba con paciencia la menor contradicción, y la incapacidad de su hijo Jesús lo irritaba tanto como las travesuras de los otros.
La bondad de mi hermano mayor tuvo por efecto el de destruir mis anteriores descontentos, motivados por la diferencia con que nos trataba nuestro padre, y la tierna María se alegraba al ver nuestra intimidad. La igualdad de gustos y de ideas nos unía más de lo que pudiera parecer a primera vista, y si no hubiera sido por mis preocupaciones religiosas, yo hubiera comprendido mejor la felicidad de esta nuestra armonía.
Encontrándonos solos, mi hermano me preguntó respecto a las impresiones que había recibido en ese día, y pasó enseguida a querer investigar mis pensamientos como de costumbre. Esta vez me causó muy mal efecto el sermón que me dio mi hermano por mi carácter retraído y por el abuso que hacía de la devoción que me arrastraba al olvido de mis deberes de familia. Mi hermano se acostó irritado en contra mía y al otro día yo le pedí que olvidara mi descuido de los pequeños deberes, en aras de las elevadas aspiraciones de mi alma. Mi hermano hizo un movimiento de lástima y gruesas lágrimas surcaron sus mejillas.
No hablaré más de mi hermano, muerto poco tiempo después de este incidente; mas este recuerdo que me conmueve, viene bien aquí para que el lector tenga una justa idea de mis aptitudes, y que pueda darse así mejor cuenta de cosas que de otro modo le parecerían increíbles, si no se encontrase preparado por los elementos en concordancia con los designios de Dios. Durante el día llegaron algunas visitas, entre las cuales se encontraba José de Arimatea. Él como amigo de mi padre, pronto se familiarizó con nosotros. Rico, patricio y hebreo, José se encontraba por estas razones en relación tanto con los ricos como con los pobres y oprimidos de la religión judaica.
Nos habló de las costumbres de Jerusalén, de la Sociedad escogida, de los sufrimientos del pueblo hebreo, y la dulzura y naturalidad de su lenguaje eran tal que nadie hubiera podido sospechar la diferencia de posición social. Despertó el empeño de mi madre hacia el cultivo de mi inteligencia y me preguntó que cuáles eran mis aptitudes y mis deberes habituales. La fantasía de mis prácticas religiosas lo hizo sonreír y le pareció que mi inteligencia se encontraba en todo retardada. «Sé más sobrio en tus prácticas de devoción, hijo mío, y aumenta tus conocimientos para poderte convertir en buen defensor de nuestra religión. Practicala virtud sin ostentación, como también sin debilidad, sin fanatismo y sin cobardía. Arroja lejos de ti la ignorancia, embellece tu espíritu tal como el Dios de Israel lo manda, para entender sus obras y para poder valorar su misericordia. Hablaré con tu padre, hijo mío, y deseo que todos los años te mande aquí durante breve tiempo para estudiar el comercio de los hombres y las leyes de Dios».
Desde la primera conversación de José de Arimatea con Jesús de Nazaret bien veis hijos míos, como Jesús pudo instruirse, aun permaneciendo en su modesta condición de carpintero. Hombres de la laya de José de Arimatea arrojan la simiente y Dios permite que esta simiente dé frutos. Hombres iguales a José de Arimatea, ponen de manifiesto a la Providencia y esta clase de milagros se efectúan hoy como se efectuaron en mis tiempos.
Fui por primera vez al Templo de Jerusalén, la vigilia del gran sábado, (la Pascua) llevándome una mujer llamada Lía, viuda de un negociante de Jerusalén. Nos encontrábamos los dos recogidos hacia el lado occidental del Templo. El silencio sólo era interrumpido por el murmullo de muchos doctores de la ley que se ocupaban de los decretos recientemente promulgados y de los arrestos a que ellos habían dado lugar.
Yo rezaba en mi posición habitual, con la cara entre las manos y de rodillas. Poco a poco las voces que interrumpían el silencio del Templo interrumpieron también mis oraciones e hicieron nacer en mi espíritu el deseo de escucharlas Encontrándome entre las sombras creí poderme acercar sin que de ello se percibiera Lía. Me subí sobre un banco ocultándome lo más posible. Los doctores de la ley discutían; los unos con el objeto de hacer una manifestación a favor de los israelitas, presos durante la función del día anterior, los otros aconsejando permanecer apartados. Me acerqué mayormente a los oradores sagrados; ellos se apercibieron y oí estas palabras: «Haced atención a este muchacho, él nos escucha tal vez para ponernos de acuerdo. Dios manda a veces a los niños el don de la sabiduría en discusiones que sobrepasan la inteligencia de su edad».
Me levanté sobre la punta de los pies para observar mejor al que había pronunciado estas palabras. Éste se me aproximó diciéndome: «La madre que te ha criado, te ha enseñado que Dios nos ama a todos, ¿no es cierto?, y tú relacionas este conocimiento del amor de Dios hacia sus hijos, con el conocimiento del amor de los hijos entre ellos; pues bien, ¿qué dirías a los hijos ricos, libres, llenos de salud, cuyos hermanos se encontraran en la pobreza, en el abandono, debilitados por una enfermedad y esclavos en una prisión?» A estos hombres en la abundancia, contesté sin dudar, yo les diría: « ¡Id hermanos, id, socorred a vuestros hermanos, Dios os lo manda y vuestro coraje será bendecido!»
Vi que sonreía el que me había hablado, quien dijo: «DIOS HA HABLADO POR BOCA TUYA, HIJO MÍO», tendiéndome al mismo tiempo la mano, que yo apreté entre las mías, trémulo de emoción. Enseguida fui a reunirme con mi compañera, que me había estado observando desde el principio de esta escena. Ella me dijo: hazme el favor niño, de enseñarme a mí también lo que Dios quiere decir con estas palabras: «Los niños tendrán que escuchar sin emitir juicio y crecer antes de pretender elevarse a la condición peligrosa de fabricantes de moral y de dar consejos». Contesté: «Tu Dios, Lía, es un déspota. El mío honra la libertad de pensar y de hablar. La debilidad de los esclavos constituye la fuerza de los patrones y la infancia prepara la juventud».
Leí en los ojos de Lía la sorpresa llena de satisfacción, y regresamos. Con José de Arimatea, que se encontraba en casa, mantuve una conversación tan fuera de lo habitual en mis labios, generalmente poco demostrativos, que mi madre le preguntó a Lía qué era lo que me había hecho tomar ese camino. «Tu hijo, querida María, está destinado a grandes cosas, contestó Lía. Lo digo delante de él: Eres una madre aventurada y tus entrañas están benditas». Yo me sentí como levantado al oír esta predicción y mi vida me pareció más que nunca bajo el influjo de los designios de Dios. ¡Mujer de Jerusalén, el pobre niño que te ha seguido hasta el Templo del Señor te bendice!
A la mañana siguiente volvimos al Templo. Grande era el gentío y nos costó algún trabajo el atravesar el atrio. Al fin encontré un lugar y me puse a observar con estupor todo lo que me rodeaba. La luz penetraba por aberturas hechas a propósito en los puntos de juntura de las paredes con la cúpula del edificio. Todas estas aberturas estaban cubiertas de ramas cortadas, de manera que la luz quedaba interceptada y débil, reemplazándosele con haces de luz suministrada por aparatos gigantescos de bronce. En la inspección que hice de todas las cosas, descubrí al doctor de la ley que me había interrogado el día antes. Mi madre me preguntó en ese momento el motivo de mi distracción y yo le di esta culpable contestación: «Madre mía, sigue con tus plegarias y no te ocupes de lo que yo hago. Nada hay de común entre vos y yo». Yo sacaba este consentimiento y esta insolencia del estado de exaltación de mi espíritu, motivado por lo sucedido anteriormente, en vista de mi futura superioridad, y comprendí tan poco mi falta, que enseguida llevé mi atención sobre otros detalles. Un doctor hablaba de la Justicia de Dios y yo comparé este hombre con el ángel Rafael bajado del cielo, para hacerles comprender a los oyentes la palabra divina.
Creí sobre todo a la palabra divina cuando gritó: «¡La justicia divina es tu fuerza en contra de tus opresores, oh pueblo! ¡Ella deslumbra tus ojos, se levanta delante de ti cuando contemplas el ocaso del Sol, cuando tu espíritu se subleva a la vista de las crueldades de tus dueños! ¡Este Sol no se oculta, este mártir no muere, oh hombres! Él va a resplandecer y proclamar en otra parte la Justicia de Dios». Yo escuchaba estas enseñanzas con una avidez febril. ¡Al fin se hacía la luz en mi espíritu… veía, oh, Dios mío, tus misterios resplandecer delante de mí, leía en tu libro sagrado y comprendía la magnificencia de tu eterna justicia! ¡Edificaba en mi mente concepciones radiantes, me iluminaba de las claridades divinas, formaba proyectos insensatos, pero generosos; quería seguir a este Sol y a esos mártires en los espacios desconocidos!... Volví en mí a la llamada de mi madre. La miré por un instante con la desconfianza de un alma que no se atreve a abrirse, porque sabe que el entusiasmo, como el calor, se pierde al contacto del frío.
«Nuestro Padre Celeste, le dije al fin, echa en mi espíritu el germen de mis ideas seguras y fuertes. Manda en mi corazón, tiene en sus manos el hilo de mi voluntad, dirige hacia mí la sabiduría de sus designios, se apodera de todos los momentos de mi vida; quiere destinarme a grandes trabajos... En una palabra, madre mía, retírate, acude a tus tareas; deja tu hijo al Padre de él que está en los Cielos». «¡Cállate!, me dijo mi madre. – ¡A ti te han calentado la cabeza, pobre muchacho! – ¡Yo te digo que Dios no precisa de ti!... ¡Vamos, vamos!» Mi madre tuvo que recurrir a la intervención de mi padre para poderme llevar. Al día siguiente volvimos a Nazaret, dejando Jerusalén.
CAPÍTULO II
EL MAESTRO MANIFIESTA SU LIBERTAD DE CONCIENCIA
Desligado de mi sumisión habitual, por el testimonio que había dado de mi libertad de conciencia, me coloqué fuera de la ley del respeto filial y tomé la dirección de mis jóvenes hermanos y hermanas para llevarlos a la fe absoluta de la que yo me sentía penetrado. Les hablaba de las llamas divinas y mi celo no venía a menos a pesar de la poca atención que me prestaban, y del silencio desdeñoso de mi padre.
Así pasó un año. Cansado de mi poca inteligencia para todo lo referente al trabajo manual, mi padre consintió al fin en mandarme a Jerusalén. Se convino que yo estudiaría ahí durante algunos meses y que volviendo más razonable a Nazaret, mi padre tomaría de ello motivo para hacerme continuar mi educación en los años siguientes. Recibí esta noticia con entusiasmo. Mi madre lloró al abrazarme; ella se encontraba bajo la doble impresión de mi alegría y de nuestra primera separación. Me encaminé con ella y pronto me encontré colocado en la casa de un carpintero que debía enseñarme el oficio de mi padre y concederme salidas bajo el patrocinio de José de Arimatea.
Empecé en la filosofía con ideas precisas sobre la inmortalidad del alma. Mis nociones de historia eran débiles y me costó mucho trabajo fijar mi espíritu en el circuito de las ciencias exactas. La astronomía llamaba mi atención a causa de las espléndidas maravillas que desenvolvía bajo mis ojos, pero la contemplación de estas maravillas me alejaba de la curiosidad de las demostraciones, persuadido como estaba, de la insuficiencia de la teoría. Los romanos y los hebreos tenían apenas nociones de astronomía comparados con los egipcios; mas en los pueblos guerreros y en los conquistados, hace poco progreso la ciencia.
Practicaba la observancia de la ley mosaica con escrupulosa exactitud y las fantasías de mi imaginación se detenían en el dogma sagrado. Pero poco a poco fuertes tendencias hacia un espiritualismo más elevado, me hicieron desear las grandes manifestaciones del alma, en el vasto horizonte de las alianzas universales. Devorado por un inmenso deseo de descubrimientos que embargaba todas mis facultades y de la penosa expectativa de lo desconocido, que atormentaba mis sueños y entristecía mis pensamientos de soledad, rogué, supliqué a José de Arimatea que me explicara los misterios de la Cábala, llamada también ciencia de los espíritus. Yo había oído hablar de esta ciencia como de un escollo para la inteligencia, y se me había asegurado que todos los que abiertamente se ocupaban de ella no se hacían objeto de piedad sino de desprecio. Pero sabía también que muchos hombres de buena posición social, demostraban desprecio por la ciencia de los espíritus, solamente por respeto humano hacia la opinión general, opinión que se basaba sobre escrúpulos religiosos mantenidos vivos por los sacerdotes.
José recibió muy mal mi curiosidad. La Cábala, según él, servía tan sólo para producir la turbación, la inquietud, la semilla de la revuelta en los espíritus débiles. ¿Y cómo podría yo, tan joven, distinguir el buen grano de la cizaña, si la mayoría de los hombres se dejaban desviar del recto camino por una falsa estima de esta ciencia y por funestos consejos dados con ligereza y con malos propósitos? Volví repetidas veces a la carga, hasta que vencido por mi insistencia, o iluminado tal vez por una repentina visión, José consintió en iniciarme en la ciencia de los espíritus.
«La Cábala, me dijo José, viene desde Moisés, y después de Moisés que mantenía relaciones con los espíritus, pero que daba aspecto teatral a estas relaciones, la Cábala sirvió siempre a los hombres de dotes eminentes para colocar en el seno de la humanidad las preciosas demostraciones recogidas en la afinidad de sus almas, con las almas errantes en el cielo de Dios».
«La Cábala viene desde Moisés, para nosotros que nada vemos más allá de Moisés, mas la Cábala debe ser tan antigua como el mundo. Ella es una expresión de la personalidad de Dios, que confiere sonoridad al espacio y acercamiento al infinito».
«Ella constituye una ley tan grande y honrosa para el espíritu, que éste la define como una aberración, cuando sus aptitudes no lo llevan a estudiarla, o que él recibe toda clase de sacudidas y de aflicciones si la estudia sin comprender su utilidad y su fin».
«Los hombres que hablan a Dios sin tener conciencia de Su majestad, no obtienen de la plegaria más que un fruto seco, que la imaginación les presenta como un fruto sabroso».
«Pero el amargor se hace pronto sentir y así se explica la sequedad del alma, el aislamiento del espíritu, la pobreza de la devoción».
«En la ciencia de las comunicaciones espirituales, el espíritu que se desvía del principio fundamental de esta ciencia, no obtiene nada de verdadero y de útil. Puede dirigirse a elevadas personalidades, pero le contestan inteligencias mediocres y camina como un ciego, retardándose cada vez más en las escabrosidades del camino».
«El principio fundamental de la ciencia cabalística, reside todo en la abnegación del espíritu y en la libertad de su pensamiento con respecto de todas las nociones religiosas adquiridas anteriormente en su estado de dependencia humana».
Prometí a José mucha prudencia y respeto en el estudio de esta religión, de la que mi alma y mi espíritu estaban enamorados, con el fanatismo de las grandes aspiraciones. José me escuchaba con el presentimiento de mi predestinación a los honores de Dios (así me lo confesó después), tan grande fue el calor de mis palabras y tal fue la unción de mi gratitud. Dos días después de esta conversación, José me llevó a una reunión compuesta de hombres casi todos llegados a la edad madura. Eran cerca de unos treinta y no dieron muestras de sorpresa a nuestra llegada. Nos colocamos todos cerca del orador.
Las sesiones cabalistas se abrían con un discurso. En él se hacía, como exordio, la enumeración de los motivos que imponían la vigilancia para que no fueran admitidos en la asamblea más que neófitos de quienes pudieran responder los miembros más ancianos. Por lo tanto un miembro recién aceptado, no tenía el derecho de presentar un novicio. Se necesitaban muchos años de afiliación para llegar al patrocinio, mas éste patrocinio no levantaba nunca oposiciones. Los jóvenes menores de veinticinco años quedaban excluidos, lo mismo que las mujeres; pero las excepciones, muchas veces repetidas, hacían ilusoria esta disposición reglamentaria. Yo venía a encontrarme en el número de estas excepciones. Muchos hombres llegaron años después que nosotros. Se hizo enseguida el silencio y se cerraron las puertas.
El orador dedujo los caracteres especiales de estas reuniones en medio de una población que debía temerse por su ignorancia y engañarla para trabajar por su libertad. Hizo enseguida resaltar los principios de conservación, como lo dije ya, y rindió homenaje a mi entrada en el santuario fraternal, dirigiéndome algunas palabras de cariñosas recomendaciones. Todo ello, menos lo que se refería a mí, se repetía en todas las sesiones y tomaba poco tiempo. Tuvimos enseguida una bella argumentación respecto de la luz espiritual y de los medios para transformarla en mensajera activa de los deseos del Ser Supremo. ¡Ser Supremo! – Estas palabras hicieron inclinar todas las frentes y cuando dejó de oírse la voz elocuente, un estremecimiento magnético dio a conocer una adoración inefable. Algunas preguntas dieron lugar a contestaciones sabias y concienzudas. Se estudiaron páginas magníficas, se explicaron y desvanecieron contradicciones aparentes y dudas pasajeras. Algunas demostraciones profundas depositaron semillas preciosas en el espíritu de los novicios, y la intensidad del amor fraternal de todos los corazones, se manifestó con una larga invocación al Espíritu Divino.
Esta sesión dejó mi alma mayormente deseosa de las alegrías de Dios y mi espíritu en un profundo recogimiento para merecer estas alegrías. No pronunciamos una sola palabra hasta mi domicilio. Hasta mañana, me dijo José, separándose de mí.
Al otro día José me dirigió en mis primeros ensayos y se mostró satisfecho por los resultados. Mi regreso a Nazaret dio una tregua a las tareas de mi espíritu. En el intervalo que empieza con mis quince años de edad, hasta la muerte de mi padre, permanecí la mayor parte de mi tiempo en Jerusalén. Distinguido por su honradez y por haber mantenido a todos sus hijos en el recto camino del honor y de la sencillez, José murió rodeado de la estima general y del afecto de los suyos. Yo tenía, como dije al empezar este relato, veintitrés años cumplidos, y vuelvo a tomar el hilo de los detalles interrumpidos por la mirada dirigida sobre mis primeros años. José de Arimatea me tomó como hijo suyo cuando, lejos de mi familia, fui a pedirle asilo y protección. Me ayudó para obtener el perdón de mi madre. Mi madre no solamente me perdonó sino que me dio permiso para seguir mis inclinaciones y una vida independiente.
A medida que la luz de lo alto penetraba mayormente en mi espíritu, él se veía invadido cada vez más por la aversión hacia las instituciones sociales dominantes. Reconocía seguramente la depravación humana, pero consideraba también la desgraciada condición de los hombres y dirigía mi pensamiento hacia el porvenir, que soñaba confundiéndolos en la ternura del Padre de ellos y mío. Mi presencia en una asamblea de doctores fue acogida favorablemente y me coloqué desde entonces a la vista como orador sagrado. Apoyado por mis antiguos compañeros de conspiración, pude dedicarme al estudio de los hombres que gobernaban y de los acontecimientos.
En mi casa de Jerusalén pensé en mis trabajos futuros y busqué el prestigio de las clases pobres, sublevándome en contra de los ricos, de los poderosos y de las leyes arbitrarias. Pero no era éste un trabajo partidista, una participación en los propósitos de rebelión de un pueblo, puesto que hacía a Dios el ofrecimiento de mi vida para salvar al género humano. El apasionamiento de mi corazón, me hacía olvidar las dificultades y a menudo, con la cara inundada de lágrimas, las manos tendidas hacia un objeto invisible, fui sorprendido en una posición que parecía crítica para mi razón. Mis amigos me humillaban con tales demostraciones y sarcasmos, y yo me retiraba a pedir perdón a Dios, de mis transportes, acusándome de orgullosos deseos.
Las poblaciones de la Judea representaban para mí el mundo, lo cual era motivo de diversión para los confidentes de mis delirios, y no los asombraba menos la reserva que yo me imponía ante sus burlas. La posteridad no se ha ocupado de la vida que llevé en Jerusalén; ella ignoró las fases de mi existencia y no se conmovió sino de mi predicación y de mi muerte. Pero dichas predicaciones hubieran debido comprenderse que habían sido meditadas, como también había sido prevista mi muerte como coronamiento de mis actos, mucho antes de que se me hubiera tachado de revolucionario y acusándome vehementemente de vanidoso por los mismos que me rodeaban. ¿Cómo podía haber yo aceptado mi misión y mi sacrificio, si no hubiera penetrado en el conocimiento de las intimidades de las cosas? Lo repito, pues, la luz de Dios penetraba en mí, me escondía las dificultades que se levantaban en el mundo humano y no me dejaba ver sino el fin, que era el de dirigir la Tierra por un camino de prosperidad y de amor. Elevando mi personalidad, pero atribuyendo a Dios esta elevación, deseando la popularidad, pero resuelto a emplearla exclusivamente en el bien de los demás, midiendo con una mirada llena de luz que me daba el estudio de las leyes de la época, el peligro de muerte que tenía que desafiar y los senderos espinosos que tendría que atravesar, yo había llegado al convencimiento profundo de la eficacia de mis medios.
Democrático por inclinación más que por raciocinios políticos, defensor del pobre con la sola idea de encaminarlo hacia la transfigurada imagen del porvenir y desdeñando los bienes temporales porque me parecían la destrucción de las facultades espirituales, ponía en práctica aún con las personas de mi intimidad, la observancia rigurosa de los preceptos, que tenía la intención de establecer como principios de una moral poderosa y absoluta. Minaba los cimientos de las murallas de la carne, jurando ante Dios respetar el espíritu a expensas del cuerpo y de sacrificar las tendencias de la materia ante las delicadezas del alma y de permanecer dueño de mí mismo en medio de la violencia y de las pasiones carnales y de elevarme hacia las altas regiones, puro de todo amor humano y sensual; de huir de la compañía de la gente feliz en el ocio y de aproximarme a las relajaciones e infelicidades para convertirlas en arrepentimientos y esperanzas; de apagar en mí todo sentimiento de amor propio y de iluminar a los hombres en el amor de Dios; de añadir a la moral predicada por espíritus elegidos, la moral fraterna predicada por un oscuro hijo de artesano; de hermanar la práctica con la teoría, llevando una vida de pobreza y privaciones, de morir, en fin, libre de los lazos humanos y coronado por el amor divino. «Con tu poderosa mano, oh Dios mío, has dirigido mis actos y mi voluntad, puesto que tu siervo no era más que un instrumento y la pureza honraba el espíritu del Mesías, antes de que este espíritu se encontrara unido con la Naturaleza humana en la personalidad de Jesús».
Hermanos míos, el Mesías había vivido como hombre sobre la Tierra y el hombre Nuevo había cedido su lugar al hombre penetrado de las grandezas celestes, cuando el espíritu se vio honrado por las miradas de Dios para ser mandado como enviado y mediador. El Mesías había ya vivido sobre la Tierra porque los Mesías jamás van como mediadores en un mundo que no han habitado anteriormente. La grandeza de la nueva luz, de la ley que he traído por inspiración divina, se encierra toda en nuestros sacrificios y en nuestro amor recíproco que nos eleva fraternalmente hacia la comunión universal y hacia la paz del Señor nuestro Padre. Mi sacrificio fue de amor en su más intensa expresión, amor hacia los hombres inspirado por Dios y el amor de Dios que sostiene el espíritu en sus debilidades humanas.
Hermanos míos: la tristeza de Jesús en el huerto de los olivos y la agonía de Jesús sobre la cruz se vieron mezcladas de fuerza y de debilidad. Mas el amor del padre se inclinó sobre la tristeza de Jesús y él se levantó diciendo a sus apóstoles: «MI HORA HA LLEGADO». El sudor de sangre y las largas torturas habían disminuido el amor paterno; mas la ternura del Padre reanimó al moribundo corazón, y Jesús pronunció estas palabras: «PERDÓNALES, PADRE MÍO, ELLOS NO SABEN LO QUE HACEN, HÁGASE TU VOLUNTAD. EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ALMA». Os lo repito, hermanos míos, la pureza del Espíritu se encontraba en la naturaleza del Mesías, antes de que él se encontrara entre vosotros como Mesías. Os lo repito también, que las miras de Dios echan la semilla en un tiempo para que ella dé frutos en otro, y los Mesías no son más que instrumentos de la divina misericordia.
La palabra de Dios es eterna, ella dice: «Todos los hombres llegarán a ser sabios y fuertes por el amor del Padre». La palabra de Dios es eterna, ella dice: «Amaos los unos a los otros y amaos sobre todas las cosas». Ella dice: «El espíritu adelantado se avergüenza, en la materia, al tomar parte en las diversiones infantiles». «Penetrado de la grandeza del porvenir, honra a éste y devora los obstáculos que se oponen a su libertad». «Todas las humanidades son hermanas: todos los miembros de estas humanidades son hermanos y la Tierra no encierra más que cadáveres». «La verdadera patria del espíritu se encuentra espléndidamente decorada por las bellezas divinas y por los claros horizontes del infinito».
Hermanos míos, Dios es vuestro Padre como lo es el mío; pero en la ciudad florida donde se encuentran y toman los Mesías el título de hijo de Dios, nos pertenece de derecho. Llamadme, pues, siempre hijo de Dios, y tenedme por un Mesías enviado a la Tierra para la felicidad de sus hermanos y gloria de su Padre. Iluminaos con la luz que hago brillar ante vuestros ojos. Consolaos los unos a los otros, perdonad a vuestros enemigos y orad con un corazón nuevo, libre de toda mancha, de toda vergüenza, por este bautismo de la palabra de Dios que comunicó a vuestro Espíritu. El Mesías vuelve a ser mandado en vuestra ayuda, no lo desconozcáis y trabajad para participar de su gloria. Escuchad la palabra de Dios y ponedla en práctica. La divina misericordia os llama, descubrid la verdad con coraje y marchad a la conquista de la libertad mediante la ciencia.
Desechad la peligrosa apatía del alma para aspirar las deliciosas armonías del pensamiento divino, y tomad del libro que os dicto los principios de una vida nueva y pura. Haced el bien aún a vuestros enemigos y progresad con paso firme en el camino de la virtud y del verdadero honor. La virtud combate las malas inclinaciones y el honor verdadero sacrifica todas las prerrogativas del yo por la tranquilidad y felicidad del alma hermana. Hermanos míos, os bendigo al dar término a este segundo capítulo.
Continuará….

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