miércoles, 25 de julio de 2012

PORTARRETRATO: Un hombre llamado Maseco

Redacción Eje Central | 22/07/2012 ,12:01 am ver comentarios Raymundo Riva Palacio. Quien lo ha visto en los últimos días se sorprende con tristeza de lo delgado y acabado que se ve Roberto González Barrera, uno de los empresarios leyenda en México. “Es una espina”, dijo un político que ha sido su amigo por décadas. “Lo veo bastante mal”. González Barrera se encuentra muy delicado de salud desde el otoño pasado, y en todos estos meses, pocas han sido las semanas donde recupera algo de la energía que lo llevó de vender de niño alimentos en la calle, a encabezar la tortillería más grande del mundo y manejar el único banco controlado por mexicanos que juega en las grandes ligas financieras. Su estado de salud ha provocado reacciones diferentes, entre las emotivas de quienes lo quieren, y en el sector empresarial por la pugna en su familia por la herencia y el control de las instituciones que, aunque en retiro formal, maneja. Su salud ha tenido altibajos en los últimos meses, y cada vez que siente que le regresa la fuerza, se da el tiempo para trabajar y viajar. González Barrera no ha parado en toda su vida, desde que sus padres se fueron de braceros a Estados Unidos y fue criado en su infancia por sus abuelos. A los casi 82 años, luego de 77 años de trabajo continuo, es considerado el séptimo hombre más rico de México, y el 595 del mundo, con una fortuna personal estimada en dos mil millones de dólares. Pero su vida comenzó muy diferente en su natal Cerralvo, Nuevo León. De familia humilde, sus padres se fueron indocumentados a Estados Unidos. Su padre, Roberto González Gutiérrez, ingeniero de profesión, prosperaba mientras su hijo encontraba en la vida cotidiana su vocación. No había entrado aún a la escuela cuando a los cinco años ya vendía huevos, pan y vegetales en Cerralvo. “Era muy feliz”, dijo González Barrera en un perfil institucional. “Mi niñez fue muy feliz pero no faltaba a la escuela. Cuando tenía tiempo libre, me iba a la calle para hacer dinero”. Al entrar en la primaria también se hizo de un cajón para bolear zapatos, a la par de sus ventas callejeras. Casi de manera natural, a los 11 años dejó la escuela para siempre y comenzó a trabajar en una bodega de abarrotes donde vendía productos lácteos que había abierto su padre en Cerralvo, y a los 15 años, ya tenía su propio negocio. “Recuerdo que un día mi abuelo me preguntó cuál de todas las cosas que hacía, era la que más dinero me dejaba. Le respondí que vender vegetales”, dijo González Barrera en su perfil institucional. “Entonces me dijo: ‘Entrégate todo a eso y a nada más’.” Parecía una llamada a acción. González Barrera trabajó de joven en Pemex, como chofer en una planta en Veracruz, donde se hizo cargo de algo que nadie quería por lo riesgoso, transportar explosivos. Ese trabajo lo asoció con un pequeño empresario de cocos. Ganaba bien, pero después de dos años, enfermo de malaria, regresó a su tierra, con 200 mil pesos de sus ganancias como cocotero. En Cerralvo, entró en sociedad paritaria con su padre en los negocios familiares que ya habían comenzado y desarrollaron nuevos proyectos. Adquirieron así una pequeña planta de electricidad para proveerla a Cerralvo y las comunidades vecinas, una fábrica de hielo, un cine y la bodega de productos lácteos, que se sumaron a la tienda de abarrotes que abrió su padre al regresar de Estados Unidos. A los 18 años, en la búsqueda de expansión del negocio, tuvo su primer encuentro con el trigo, al conocer su primer molino de nixtamal. Curioso, le explicaron el proceso de la manufactura de tortillas, y al ver el potencial de negocio cuando descubrió que los trabajadores del algodón consumían 15 toneladas de trigo por mes, se imaginó el futuro. Tras convencer a su padre, compraron el molino en 1948 en 75 mil pesos, y lo trasladaron a Cerralvo, donde nació lo que hoy es Maseca, la empresa que fabrica y comercializa una de cada cuatro tortillas en Europa, Asia y Centroamérica, y de donde viene el apodo que lo ha acompañado buena parte de su vida: “Maseco”. No fue fácil en el principio. Para ponerla en funcionamiento tuvieron que vender todos sus negocios, y cuando se les acababa el dinero, un amigo que había hecho en Cerralvo, el general Bonifacio Salinas Leal, gobernador de Nuevo León, le prestó dinero y se quedó con una parte de las acciones que, años después, les volvió a vender. Ahí comenzó una relación con políticos, que es una de las críticas más reiteradas que se le hace a González Barrera, a quien se les señala de aprovechar esas relaciones para crecer. El “Maceco” ha sido el empresario más cercano de todos a los políticos en varias generaciones. Íntimo amigo de Carlos Hank González desde se conocieron jóvenes cuando el mexiquense coordinaba una campaña política en Nayarit, a donde había trasladado la planta central de Maseca por mejor clima, se volverían consuegros, y a través de esas relaciones y las neoleonesas se forjó una estrecha amistad con la familia Salinas de Gortari, rota mucho tiempo después cuando en el gobierno de Ernesto Zedillo la persiguieron y tuvieron diferencias por dineros. El negocio de las tortillas, sin embargo, no lo llevó al círculo de los multimillonarios, sino Banorte, el grupo financiero del cual, desde 1992 es accionista principal, y el único que tras la crisis de 1995 se mantiene en manos mexicanas. Su paquete de acciones en Banorte, el tercer banco más grande en México, es lo que regresó a González Barrera el año pasado a la lista de multimillonarios de Forbes, y lo que cambió la naturaleza de su fortuna. Pero esta, paradójicamente después de tantos esfuerzos es lo que ha dividido a la familia y tiene preocupado al sector empresarial. González Barrera ya tuvo un enfrentamiento con su hijo, que en un consejo pidió, enfrente de él, que lo relevaran para que se lo entregaran a él la conducción estratégica por razones de salud. El “Maceco” respondió con enojo y anuló a su hijo. Banorte no representa riesgo, de acuerdo con analistas, por la forma como está estructurado y manejado por el ex gobernador del Banco de México Guillermo Ortiz, quien persuadió a González Barrera a adquirir Ixe. Su influencia es tan grande que entre sus amigos llaman al banco “Banortiz”. La gran preocupación es Maseca, donde de la mayoría de acciones la familia –el 23% es propiedad del conglomerado estadounidense Archer Daniels Midland- están partidas por la mitad, con un 50% en manos de su primera esposa, de quien nunca obtuvo el divorcio. La salud del hijo de Cerralvo reparte preocupaciones, en el colofón de una larga trayectoria de este hombre sin educación, pero con un gran instinto natural para los negocios, sigue haciendo lo que ha hecho toda su vida: luchar. rrivapalacio@ejecentral.com.mx twitter: @rivapa

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