lunes, 17 de diciembre de 2012

EL EGO ADORA LA MORAL, VENERA LO BINARIO...

El Ego adora a la moral, le encantan los pensamientos extremos binarios, duales bien-mal, culpable-inocente, feo-bonito, luz y oscuridad. Crea una realidad de extremos sin tonalidades intermedias, malos o buenos, justos o injustos. El Diablo y Dios. Lo hace para someter la mente a uno de los extremos y generar desprecio hacia el extremo opuesto. Así nos convierte en fundamentalistas convencidos que El Todo tiene conductas ideales a las que tenemos que someternos o pagar el precio de la rebeldía en una eternidad de sufrimiento. Convierte una parte de la realidad en divina y la otra en anti-divina. Así crea los dogmas y los pecados. El Ego nos hipnotiza con los opuestos. La moralidad depende de los opuestos. Sin embargo esa moralidad es temporal, es un asunto de moda, puede cambiar con el momento histórico, con la sociedad que la promulga y con las circunstancias en que lo hace. Matar a un hombre es malo y castigable incluso con la muerte, si se hace por motivos individuales, pero quien mata mil hombres en una guerra sancionada por la sociedad, es un héroe. La moralidad puede cambiar dependiendo del sistema religioso imperante en la localidad en que es promulgada. Para el Ego de un Budista la vida es un castigo al que se debe renunciar, no se debe gozar de ella porque eso le da poder al Ego y al deseo que este alienta, lo que trae consigo la insatisfacción y el sufrimiento. Se debe desear no desear. Para el Ego de un Católico la vida es pecado porque solo con recibirla el hombre se convierte en un pecador. Recibimos como herencia el pecado de Adan. El error generado por la ignorancia es pecado, algo de naturaleza satánica, mala, que debe llenarnos de verguenza y culpa -los estados del ser que más destruyen la energía vital- y el resultado de la influencia de lo antidivino. Esto nos impide aprender del error, agradecerlo porque nos muestra lo que nos falta por aprender, nos muestra cuando actuamos en contra del orden del universo, cuando generamos conflicto y desarmonía, nos permite comprometernos -sin verguenza ni culpa- a estar atentos para que la próxima vez que esa misma posibilidad de error se manifieste en nuestra vida lo hagamos mejor. El error generado por una conducta sexual instintiva, por nuestra animalidad original, es pecado. Y para ¨limpiarlo¨ hay que confesarlo a un pecador autorizado, que tiene el poder para impartir la gracia divina e impedir -si llegamos a morir- que seamos condenados -por una divinidad castigadora e inmisericorde- a un infierno eterno. No nos sirve ese error para que revelarnos que esas conductas nos impulsan a la inconsciencia animal, porque la culpa deprime y oscurece la mente. No nos sirve ese error para observar una parte nuestra que aún no hemos pulido, para observarla sin juicios ni condenas, sin reprimirla sumergiéndola en la oscuridad de nuestro inconsciente, desde donde sale a atacar -con la fuerza que nuestro rechazo le ha dado- nuestra paz interior cuando más desprevenidos y débiles estamos. Así el Ego esclaviza nuestra mente, inventa el pecado y la moral para mantenernos en culpa y en angustia, inventa un Dios que se opone al mundo, crea un campo minado al que debemos resignarnos. Así se comprende porque muchos se auto torturan para evitar el pecado, el deseo o el gozo convirtiendose en santos mártires masoquistas venerados por una corte de sádicos. La pregunta es, realmente El Todo tiene conductas ideales o es un invento esclavizador del Ego? Cuando nos asomamos a la naturaleza y al cosmos que nos rodea, vemos una extraordinaria diversidad, una infinidad de especies que conviven armónicamente, no hay una predominante que haya homogenizado nuestro entorno con su presencia exclusiva. En la eternidad transcurrida ya habría tenido el tiempo para lograrlo. Si El Todo sale de su homogeneidad original es porque le interesa la diversidad, si nos otorga el libre albedrío es para que cada uno manifieste su propia esencia, incluso si desde la ignorancia temporal decidimos actuar en contra del orden del universo y no aceptar la existencia de la divinidad. Nadie nos obliga, nuestra mente es libre. El Todo -no lo llamo Dios porque ese nombre lo ha usado el Ego para separarnos de El- mantiene un estado de neutralidad amorosa, para permitirnos crear y experimentar lo que su corazón le indique, sin juicios, y sin temor a castigos. La única condición es que tenemos que experimentar en carne propia nuestras creaciones para que podamos tomar consciencia si lo creado produce sufrimiento o armonía. Esa libertad es la que permite que cada uno de nosotros, desde puntos de vista tremendamente distintos- puede obtener comprensiones únicas y originales. Esas comprensiones sobre nuestra esencia, sobre el sentido de la vida, sobre la naturaleza del amor son el extracto de cada una de las vidas que vivimos, es lo que le ofrecemos a cambio de su amor incondicional. Por eso ama por igual a Hitler que a la Madre Teresa de Calcuta, sabe que sus estados de ser no son eternos, sino temporales. Que ambos son buscadores de comprensión, que evolucionan como resultado de su propio esfuerzo para convertirse en creadores eternos de armonía. Es por eso que desde el Ser solo podemos observar lo que nos rodea como una totalidad, en la que la divinidad también está en lo aparentemente opuesto, en los extremos dispuestos para permitirnos evolucionar y comprender. La divinidad esta todas partes, es el Ego el que la divide.

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