"Una rara sensación
embarga a los espíritus cuando el amor se ausenta: se nota sórdido el espacio
vacío. Así será la Tierra cuando la semilla de la nueva vida desaparezca, de
manera temporal, de la faz de este planeta. La gente notará en falta algo, y se
dará cuenta tarde."
AQUELLOS QUE SON
El Hombre nació libre,
con el signo de lo infinito sobre su destino, independientemente de los
márgenes aparentes del nacimiento y de la muerte, entre los que transcurre una
fase del aprendizaje de su Espíritu, a la que él llama Vida o existencia. Dios
le creó a su imagen y semejanza, pero él ha elegido ser como es y seguir por el
camino oscuro. Y eso es lo que no puede ser.
La Esencia Divina,
siempre justa y equitativa, pero, también siempre misericordiosa, hace casi dos
mil años, quiso avisar a los componentes de esta generación del riesgo que
corrían, si perseveraban en su proceder inicuo siglo tras siglo. El cambio de
Ciclo estaba próximo a llegar y de ellos dependía que fuera natural, indoloro y
armónico, o fuertemente traumático. Es la alternativa que suele repetirse en el
devenir de esta célula del Cosmos, y el ser humano tiene la prerrogativa de
elegir.
Los Mentores de este
Sistema Solar, sabedores de que en cada final de Ciclo suele haber un
enfrentamiento entre el Bien y el Mal, quisieron ofrecer a los hombres de este
planeta, con anticipación, un conocimiento que les permitiera decidir,
libremente, en qué bando querían militar, ateniéndose después a unas consecuencias,
que también se les iban a mostrar mediante ciertos escritos proféticos lo
suficientemente impactantes y atrayentes, como para llevarles a reflexionar, y
ponerles en situación de averiguar la Verdad, pudiendo siempre elegir ellos,
qué les convenía.
Hacía falta un hombre de
la Tierra, capaz de transcribir en aquella época las profecías concernientes a
los hechos a suceder en los Tiempos Finales de esta Humanidad. Se eligió a
Juan, como el más idóneo. Posiblemente, era una misión que ya le aguardaba,
desde que Jesús le dijo a Pedro: “Si yo quiero que éste se quede hasta que yo
venga ¿a ti qué?” (Juan, 21, versículo 22).
Juan Evangelista nació en
Galilea, en el siglo primero de la Era Cristiana. Hijo de Zebedeo y Salomé, y
hermano de Santiago el Mayor, había sido discípulo de Juan el Bautista y
después, de Jesús el Cristo. Enviado por los cristianos de Jerusalén a Samaria,
curó milagrosamente a un cojo de nacimiento. Fundó y dirigió las Iglesias de
Asia Menor, a las que van dirigidas, en principio, sus cartas apocalípticas.
Fue en su destierro de la Isla de Patmos donde escribió el Apocalipsis. Regresó
a Éfeso entre los años 96 y 98, y falleció durante el reinado del emperador
Trajano.
El título de su libro
“Apocalipsis” se deriva del griego y significa “Revelación”. La “revelación de
esa verdad escondida”, hecha a Juan, precisaba su intervención directa, su
implicación en los hechos que él mismo iba a presenciar y escribir, para que
sus relatos simbólicos estuvieran emotivamente impregnados y pudieran
impresionar a la gente del futuro, haciendo el mensaje atractivo y excitante
para todos los intérpretes de los tiempos posteriores.
Los Guías Angélicos,
siguiendo las instrucciones de los Mentores de este Sistema Cósmico, y con la
intervención personal del Genio Solar, Cristo, y del Genio Planetario, Jesús,
dieron unas explicaciones al apóstol, mostrándole un vídeo con las imágenes de
los traumáticos hechos finales, los cuales constituyen el contenido más
importante del Apocalipsis.
El profeta pudo ver los
hechos futuros reales, escribiéndolos, según le indicaron, de una forma
simbólica, emotiva y cautivadora, capaz de despertar un interés secular por sus
revelaciones apocalípticas, que la tutela divina mantendrá incólumes, a salvo
de la campaña desvirtuadora tradicional.
Juan escribió su libro y
lo ofreció al mundo a través de las Iglesias, perpetuándose en todas las
épocas, hasta llegar al tiempo de hoy, cercano al final de todo. Es indudable
que ejerce un importante influjo sugestivo, dentro de su mensaje dramático,
pues encierra un gran consuelo y esperanza, por la redención final de los
Justos y el triunfo del Bien sobre el Mal. Los eventos apocalípticos pretendían
despertar a los dormidos, sacudir a los perezosos, impresionar a los inicuos,
para que, sintiendo en sus propias carnes los efectos de sus actos, tuvieran
oportunidad de reflexionar y cambiar sus actuaciones.
Pero, el tiempo de
advertencia transcurrido, ha pasado estéril. Ahora, el Hijo del Hombre viene
del Cielo, igual que ha sucedido en anteriores generaciones. Lo que antes
ocurrió, volverá a ocurrir de nuevo en el alba de este tiempo. Esta es la
última vez que sucede, pues las Escrituras del Cielo son siete, y, escritas ya
todas, debe llegar el Juicio Final, y una selección. Lo que el vidente llama en
su libro: “la primera resurrección”. Es el momento en que Jesús vendrá a la
Tierra con su esplendor celeste y mostrará, no sólo su gloria y poder, sino su
Justicia. Muchos son los que se han convertido en semillas del Mal y, a pesar
del terror que les golpeará, no querrán frenar el malvado instinto que habrá de
ir a extinguirse fuera de este orbe, “en el estanque de fuego con lluvias de
azufre”.
El hombre, ha creído que
podía despilfarrar su herencia natural y hacer agonizar impunemente su morada
terrena. Pero, igual que los restantes seres de los tres reinos de la
Naturaleza, está sujeto a una Ley Cósmica que no puede rehuir ni violar, sin
provocar un gran trauma. Porque la Naturaleza, en sí misma, tiene en todos sus
planos un código de supervivencia. Cuando el hombre efectúa agresiones sobre
ella, responde con movimientos de fuerza contraria, intentando equilibrar lo
desarmonizado. Dispone para ello de unos elementos primordiales que, en la
lengua del Cosmos, se llaman Zigos, los cuales actúan de forma automática,
autocorrectora, cuando se produce un atentado en el aire, en el fuego, en el
agua o en la tierra. Este automatismo corrector causa inmediatamente enormes
cambios, que afectan en primer lugar a los causantes de la desarmonía, los
hombres irresponsables.
Todo ello lo contempla el
Apocalipsis, un relato impresionante por el vigor de las imágenes que presenta,
espléndido por su extraordinaria simbología totalmente en consonancia con las
realidades actuales, y sobre todo, por su increíble fuerza espiritual.
Presentado como una epopeya divina que había de desarrollarse en la posteridad,
cuyos personajes asumirían en su momento, el tiempo actual, sus respectivos
papeles.
Este libro del
Evangelista Juan es la predicción de todo lo que había de suceder en los
últimos tiempos, apoyada en una serie de visiones proyectadas en el “mar de
vidrio”, o pantalla audiovisual gigante, de un material parecido al cristal,
situada en una de las naves angélico-extraterrestres, donde él se vio como
formando parte de los eventos futuros.
La revelación de Juan
describe, ante todo, el tremendo deterioro psico-físico que precederá al
advenimiento de la nueva generación del Tercer Milenio, y la forma divina en
que se resolverá, para dar entrada a un nuevo mundo de Fraternidad y Paz.
Es evidente que la obra
del Mal ha llegado a destruir, en la mayoría, el amor y el deseo de caminar
hacia la sabiduría y las cosas del Espíritu. Su forma de operar ha sido tan
nefasta, que nadie se podrá salvar de los efectos justicieros de los elementos
desencadenados, los jinetes apocalípticos, excepto los Elegidos y sus
seguidores. De nada ha servido, para esta generación de impíos, el alertar a
las 7 Iglesias, el abrir los 7 Sellos, el resonar de las 7 Trompetas y el
mostrar la impregnación de las 7 Copas. Ahora, no queda más tiempo. El Juicio
está, pues, por celebrarse, y cada hombre obtendrá su veredicto.
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