Un día me desperté sola, enorme el
lecho…
Un día supe
que en mí estaban las respuestas,
plantar los
rosales, podar el césped,
cambiar lámparas, la laminas de zinc del techo… las
ventanas.
Otro día averigüé que las provisiones
se adquirían en los
supermercados,
desconocidos mundos, irreales:
leche, frutas, vegetales,
cereales,
todo ordenado en relucientes carretillas.
Al siguiente descubrí la
cocina,
microondas, nevera, licuadora, tostador.
Había que comer, beber,
sobrevivir,
seguir en la lucha hasta morir.
Y otro más me senté a escribir,
temiendo que las palabras se me escaparan
por la oquedad que quedó en mi
cabeza,
un año más tarde tenía un libro.
Pero la impresora no funcionaba
y
los virus acechando en el disco duro,
y las memorias USB
y los discos para la
unidad de CD
Descubrí cerca de casa las ferreterías,
centros de computación,
donde reparan artefactos raros.
Aprendí a negociar los precios con el pintor,
tuve que cambiar el carro y negocié el precio del anterior.
He caminado
por mundos nuevos.
Soy
hombremujer de mi casa,
Sola, con mi
gata negra que ronronea
encima del
CPU.
Construyo mi
vida sola, me veo y no me reconozco.
Ahora sé de
tuberías PBC, láminas de fiberglass
y alarmas
para carros, vidrios polarizados.
Conduzco sola
más de cien kilómetros
y regreso
contenta, mientras mis hermanas
horrorizadas
claman: búscate un chofer.
Retorno
llena de begonias, peonías y rosas,
veraneras de
todos los colores, grandes, alegres.
Planto el
rosal y sigo escribiendo:
termino el
segundo libro de esta etapa.
Subo un
avión, me despierto en Madrid o Londres,
Washington o
Nueva Orleans.
Viajo con
poca ropa, ligera de equipaje,
pero cargada
de libros para compartir.
Y al final
del día repaso mi nueva vida.
Ha sido duro
el andar,
mis ojos ya
no son los mismos.
Despierto y
sé que ya no temo a nada!
Isolda Rodríguez Rosales, de NAVEGANTE SIN
TIEMPO
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