domingo, 18 de marzo de 2012

DIOSES VERDADEROS CONTRA DIOSES FALSOS

Todo hombre o mujer de buena voluntad busca el rostro del verdadero Dios, el Dios viviente, que da vida. Pero la tarea no es fácil. Se trata de saber distinguir entre el Dios verdadero y los falsos dioses, en cuyo nombre multitud de idólatras dan muerte al hombre. Este es el problema que todos enfrentamos: ¿cuál es el Dios de Jesús, Dios de vida?; ¿cuáles son las falsas divinidades, en cuyo nombre se da muerte? Jesús no solamente predicó al Dios verdadero. También combatió y desenmascaró toda imagen falsa de Dios. Quizás nosotros muchas veces nos fijamos sólo en la primera parte, sin prestar atención a la segunda. Con lo que corremos el riesgo de intentar apoyarnos también nosotros en falsas divinidades. Al Dios verdadero se le conoce también por contraste con las falsas divinidades.
 
El Dios en el que creyó Jesús era muy distinto al Dios de la religión oficial de su tiempo. La experiencia de Dios que tuvo Jesús hacía saltar los esquemas religiosos de su época, los tabúes, las normas legales y los grupos sociales. Su revelación de Dios fue un escándalo tan grande para muchos de sus contemporáneos, que le llevó a la muerte; ellos creían que Jesús hablaba ignominiosamente de su Dios.
Más tarde, los primeros seguidores de Jesús no tendrían inconveniente en que se les llamase "ateos", porque verdaderamente ellos no creían en los dioses de la religión oficial. También en nuestros días el seguidor de Jesús sufre un choque cuando descubre la cercanía, la fuerza, la "debilidad", la libertad y la comprensión del Dios de Jesús, frente a la intransigencia, la lejanía, la severidad y el castigo del Dios de las religiones.
Jesús no habla de un nuevo Dios, sino del mismo Dios de Israel, pero entendido de forma nueva. Su modo de concebir a Dios y las relaciones del hombre con Dios son bien diferentes a las creencias judías de la época. El Dios que predica Jesús es distinto y mayor que el de los fariseos. Según Jesús el templo no es ya lugar privilegiado para encontrar a Dios; a Dios se le encuentra en los hombres, y más concretamente, en los pobres, en los despreciados y marginados, en los pecadores. Ellos son los auténticos mediadores para llegarnos a Dios. Acercándose al pobre se descubre el misterio de Dios.
El Dios de Jesús suprime mediante el amor, es decir, mediante el perdón, el servicio y la renuncia, las fronteras naturales entre compañeros y no compañeros, lejanos y próximos, hombres y mujeres, amigos y enemigos, buenos y malos.
El Dios de Jesús se pone de parte de los débiles, los enfermos, los no privilegiados, los oprimidos. No es el Dios de los observantes, sino de los pecadores; no es el Dios de los piadosos, sino el Dios de los alejados de Dios.
¡Verdaderamente Jesús revolucionó el concepto de Dios de una manera inaudita! Por eso no es de extrañar su muerte violenta. Jesús murió por ser testigo fiel del verdadero Dios, en una situación en que los hombres no querían a ese Dios, sino a otro.
La condena de Jesús muestra que se entendió bien la alternativa que él presentaba: el Dios de la religión oficial, o el "Padre nuestro"; el templo o el hermano. La cruz de Jesús no es algo sucedido sin motivo, sino el último intento de justificarse los hombres. Quienes mataron a Jesús fueron los amantes de otro tipo de dioses, contrarios al Dios de Jesús. Aquí está el punto central del conflicto.
Jesús, su Dios y su Reino, son signos de contradicción. En nombre de Dios, Padre bueno de todos, Jesús pide a cada uno salir de los suyos, de sus seguridades, de su "religión", para acercarse a los despreciados de la sociedad. Y este proceso es en sí sumamente conflictivo, pues muchos no están dispuestos a aceptarlo. Por ello Jesús se convierte en centro de polémica: mientras unos ven en él a un hombre de bien, otros dicen que engaña al pueblo (Jn 7,12-13); unos lo miran como enviado de Dios, mientras otros juzgan que está loco y poseído del demonio (Jn 10,19-21). Ya había dicho de él el viejo Simeón:"Mira: éste está puesto para que todos en Israel caigan o se levanten; será una bandera discutida... Así los hombres mostrarán claramente lo que sienten en sus corazones" (Lc 2,34-35).
Ante Jesús no se puede ser neutral; hay que decidirse. El provoca división (Lc 12,51-53)."El que no está conmigo, está contra mí" (Mt 12,30). Por eso unos están pendientes de sus labios y otros buscan cómo quitarlo de en medio. La actitud que cada uno toma ante Jesús se convierte en su propio juicio. Para unos Jesús es la "piedra viva" (1 Pe 2,4), "la piedra angular" (Ef 2,20), sobre la que construir su vida; para otros es "piedra de obstáculo" (Rm 9,33), sobre la que "se estrellarán... y se harán pedazos" (Lc 20,18). Jesús es "señal de contradicción" desde el pesebre a la cruz.
Ciertamente, cuando leemos los Evangelios liberados de la imagen prefabricada del"dulce Jesús de Nazaret", nos encontramos a cada paso con un conflicto consciente y voluntario entre grupos perfectamente determinados, conflicto que, lejos de disminuir, lleva al asesinato jurídico de Jesús.
La división radical que produce el mero anuncio de la proximidad del Reino, en cuanto a algo que hará felices a los pobres y desgraciados a los ricos, destruye por su base la más o menos habitual convivencia pacífica entre ellos. Jesús agudiza los principales conflictos latentes en la sociedad de Israel. De tal modo, que quienes no estaban de acuerdo con el grupo protegido por Jesús se sentían tan amenazados como para programar asesinarlo.
Jesús se colocó en la línea más pura del profetismo de Israel. Es un hecho que el pueblo reconoció en él rasgos de los profetas antiguos, especialmente de Elías (Mc 8,28; Lc 9,19) y de Jeremías (Mt 16,14). Y Jesús era consciente de que el profetismo entra siempre en conflicto con el poder establecido, y por ello el poder le responde con la violencia provocando la muerte del profeta (Mt 23,29-35; Lc 6,22-23).
Ciertamente las autoridades religioso-políticas del judaísmo se sintieron amenazadas por Jesús. Creyeron que él lesionaba sus intereses. De ahí procedió la envidia y el miedo primero, luego la calumnia, el complot y el apresamiento, más tarde la sentencia y, por último, la tentativa, coronada por el éxito, de poner públicamente al procurador romano Pilato en una situación sin salida si no accedía a sus intentos de ajusticiar a Jesús.
J.L.Caravias
 

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