• Publicado por ALICIA KRYSTAL el julio 26, 2015 a las 10:39am
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Carl
Honoré: “Los límites son necesarios porque dan seguridad al niño”
(Redactora GHB) en Educación 22 julio, 2015
• Hace unos años, Carl Honoré se descubrió a punto de
comprar lacolección Cuentos para dormir en un minuto, apta para
cumplir con la rutina de la lectura nocturna a sus hijos. Se dio cuenta,
entonces, de que no le gustaba la carrera contrarreloj en la que se había
transformado su vida y escribió, para él y para todos, Elogiode la
lentitud (RBA), un libro que se convirtió en un éxito.
No hace
mucho, a raíz de un comentario de una profesora de su hijo, cayó en la cuenta
de que estaba en un tris de convertirse en uno de esos padres ansiosos e
inseguros obsesionados en hacer de su retoño el mejor pintor del universo. De
sus reflexiones e investigaciones surgió Bajo presión (RBA), un alegato en
favor del sentido común a la hora de educar a los hijos.
– Su
libro no es un manual para padres, sino una denuncia de la sobreestimulación a
la que están sometidos los niños hoy.
– Sí.
Los adultos secuestramos la niñez de forma nunca vista a lo largo de la
historia y, desde el instinto de intentar hacer lo mejor para nuestros hijos,
hemos caído en el exceso, lo que provoca un efecto negativo,
tragicómico. Porque aún queriendo lo mejor, la forma en que educamos a
nuestros hijos les provoca problemas de salud mental, física…
-Tal
vez lo que se intenta es prepararlos de la mejor manera posible para que puedan
sobrevivir en una sociedad muy competitiva.
-Trasladamos
a nuestros hijos la filosofía laboral ¿Cómo lo hago para mejorar algo, en este
caso a nuestros hijos? Aplicamos la cultura del perfeccionismo, que tiene que
ver con la del consumo, la que nos vende la idea de que todo tiene que ser
perfecto, la casa, el cuerpo, las vacaciones, nuestros hijos… La cultura del
managemet contagia toda nuestra vida, y todo acaba reducido a objetivos y
metas. Tenemos miedo, pero no somos capaces de darnos cuenta de que las
incertidumbres y las dudas son ingredientes básicos de la tarea de educar a los
hijos.
-También
sucede que los padres proyectan en sus hijos sus propias frustraciones.
–Muchos
padres viven a través de sus hijos. Sus éxitos son los nuestros y sus fracasos
también. Estamos demasiado involucrados en la vida de nuestros hijos. En cierto
modo los chicos han pasado a ser mi mismo yo, un proyecto de vanidad. La línea
entre padres e hijos se borra, la familia se democratiza, y eso está muy bien
pero, a la vez, desaparece la línea que divide el papel de cada uno. Cuando eso
pasa, algo tan importante como la disciplina, las reglas, el saber decir “no”,
lo tiramos por la ventana. Los niños necesitan límites para sentirse seguros y
también para desenvolverse en la sociedad y para relacionarse con los otros.
-Puede
ser que los padres se preocupen por sus hijos en lugar de ocuparse de ellos.
-Esta
es mi tesis. Los niños no están con los padres. Los padres despreciamos lo
pequeño, lo simple, lo barato, y los niños lo que más necesitan es nuestra
presencia, atención, que estemos. Esta es una línea fácil de cruzar. La mayor
expresión del amor hacia nuestros hijos es estar con ellos. Cuando la
paternidad acaba siendo un cruce entre el desarrollo de un producto, un
proyecto laboral, y el deporte de competición todos salimos perjudicados, padres
e hijos, porque nos estamos negando los principales placeres, como
compartir, estar, reír…
-¿Conocerse?
-Sí,
conocerse. La paternidad es un viaje hacia el descubrimiento y
como todos los viajes comporta incertidumbres, dudas, errores. La gente que
acepta eso transforma la paternidad y la maternidad en una aventura muy rica,
mucho más interesante eso que fabricar un producto. El resultado entonces son
niños más completos y más sanos.
– Los
docentes se quejan de que no pueden con los niños porque llegan sobreprotegidos
de casa.
– No
sólo eso. Los niños no aceptan las normas pero tampoco las críticas. Estamos en
un cambio cultural muy amplio, que es el de la cultura del no envejecer nunca,
la glorificación de la juventud, del “peterpanismo”. Es bueno salir de
esa idea de que el mero hecho de ser padres nos limita la vida, pero nos
olvidamos o tiramos por la ventana la de que padres e hijos tienen papeles
diferentes. Los profesores están en una especie de callejón sin salida. Los
niños no saben comportarse y los padres no saben lo que quieren, siempre están
preocupados. Tenemos muchas señales de que hemos perdido la brújula y el
control en la crianza de nuestros hijos. Lo veo en el entorno social de Londres.
Los padres siempre están vigilando el colegio con lupa, pendientes de que la
maestra se equivoque. Siempre están como helicópteros sobrevolando el colegio,
y eso a los chicos les hace daño, les perjudica y les preocupa. Tienen miedo,
por ejemplo, de que su padre les mire los deberes. El empeño en darles lo
mejor, hacer de ellos los mejores, es lógico, pero les estamos negando algo muy
importante, y es que aprendan a zafarse de situaciones complejas y difíciles,
en las que no serán los mejores. Con nuestra actitud les impedimos a que aprendan
a desenvolverse bien en la vida.
-¿A
usted le enseñaron a ello?
-Yo
tuve una educación bastante buena en Canadá, y aunque también me vi inmerso en
alguna situación que no me gustaba, mis padres no intervinieron, dejaron que me
espabilara. En los últimos años de bachillerato tuve un profesor de Biología al
que odiaba, pero tenía que seguir estudiando la asignatura para acabar el
bachillerato. De esa experiencia aprendí muchas cosas, entre ellas a llevarme
bien con alguien que no me gustaba. Si a nuestros hijos siempre les damos las
circunstancias perfectas no les preparamos para el mundo real.
-¿Nos
preocupamos en exceso de la formación académica y deportiva de nuestros hijos y
nos olvidamos de la emocional?
– Es
que lo académico y lo deportivo es más fácil y el saldo es más
visible. La empatía, la generosidad, la solidaridad no las puedes poner en un
currículum. Educar en esos valores es más difícil y costoso. Uno de los
resultados de obsesionarse con la hiperactividad de los hijos es
que refuerza el egoísmo y se ve al otro como un rival, como alguien que le
puede quitar el puesto en la universidad, en el equipo de fútbol.
Estamos creando consumidores egoístas y
eso debemos cambiarlo. El mercado pide personas creativas, que sepan trabajar
en equipo y nosotros estamos educando chicos que no saben hacer eso. El futuro
está en la creatividad y ni nuestro sistema escolar ni nuestra sociedad los
forma para ello, al contrario. Son chicos que siempre tienen la respuesta
correcta, no saben crear, sólo aprenden la receta que les enseñamos. Hay que
tirar la receta y darles espacio para ser creativos.
-Los
padres no ponemos límites pero buscamos “súper nanis” para que los
pongan por nosotros o nos enseñen a ponerlos. ¿Tenemos miedo a enfrentarnos con
nuestros hijos?
-Hemos
llegado al punto de contratar a consultores en paternidad. Volvemos al miedo,
que está en la raíz de este momento cultural. Hemos perdido la confianza en ser
padres. Cuando los niños nacen ya nos hemos leído 50 libros sobre lapaternidad,
hemos ido a clases, nos hemos empapado de artículos sobre ello. Este bombardeo
de consejos, a veces contradictorios, hace que nuestra confianza sea mucho más
vulnerable. Se supone que el objetivo de toda esta industria es dar más
confianza, pero paradójicamente hemos perdido la capacidad de buscar la voz
interior que todos llevamos dentro. Conocemos mejor a nuestros hijos que nadie,
sin embargo los educamos como si nos hiciera falta leer un manual de
instrucciones o mirando lo que hace el vecino. Nos dejamos llevar por la
corriente de pánico y perdemos esa voz interior. El libro lo escribí para
recuperar la confianza en mi mismo como padre.
– ¿La
ha recuperado?
– Sí.
– ¿Ha
mejorado la relación con sus dos hijos?
– Sí.
Me siento más relajado con ellos, no estoy tan apurado. No estoy siempre
atento, les dejo más a su aire y la verdad es que tienen pasión por lo que
hacen. Mi hija, por ejemplo, baila flamenco. Le encanta y disfruta.
–
¿También hacen actividades extra escolares?
– Sí,
pero las que les gustan. Con frecuencia los chicos hacen las actividades extra
escolares que sus padres quieren o, en el caso de los adolescentes, para armar
un currículum impecable.
– ¿Los
niños son más felices ahora que antes?
– Es
muy difícil responder a eso. Hay muchos indicios de que no, y eso se ve en el
aumento de los problemas psicológicos y la enorme cantidad de chicos que
reciben medicamentos para controlar su estado de ánimo. Eso es muy mala
señal.Hay una gran felicidad falsa, tanto entre adultos como entre niños,
que es un producto del consumismo. Compramos un ipod nuevo o la última
minifalda de Prada para ser felices, pero ¿eso genera felicidad? No. Es una
felicidad artificial, poco profunda, no duradera. Espero que la crisis
financiera nos ayude a resituar este materialismo sin límites al que hemos
llegado y nos haga reflexionar. Despreciamos lo sencillo, lo cómodo, lo simple,
ese palito con el que nuestro hijo puede jugar durante horas. Nos sentimos mal
si nuestro hijo no tiene un juguete electrónico de 85 euros,
no sólo porque lo tiene el hijo del vecino, sino porque en la caja nos dice que
es muy útil para su mayor desarrollo cognitivo. El mercado manipula nuestros
miedos, nuestras angustias para vender más y más. ¿Qué pasará ahora cuando la
gente deje de tener tanto dinero? Con un poco de suerte recuperaremos el palito
y nos daremos cuenta de que eso sí tiene un efecto sobre el desarrollo
cognitivo del niño.
– Entre
esa actitud excesiva y el pasar de los niños, no hacer nada, ¿dónde esta el
punto intermedio?
-Esta
pregunta es incontestable. El punto de equilibrio es distinto en cada caso. No
hay una actitud perfecta. Ahora estamos en el exceso y de lo que se trata es de
trasladar el péndulo hacia el equilibrio. Yo no puedo decir a la gente lo que
tiene que hacer, pero sí apuntar los indicios que indican cuando no se está en
la buena dirección. Cuando los niños no hablan de las actividades
extraescolares, cuando tienen ojeras, problemas de salud, duermen mal
o se duermen en el coche entre actividad y actividad, es que algo no va. Hay
que poner límites a la presión social y tratar de ubicar la brújula personal de
cada uno para que tu hijo haga lo que más le convenga a él y no al vecino o a
tu compañera de oficina. Hay que aplicar el sentido común.
– Ese
sentido común no siempre se encuentra.
–Ser
padre es difícil, duro y agobiante. No es un sueño de vacaciones. El problema
es que en lugar de pensar y aceptar que todo saldrá bien, invertimos en el
lugar equivocado.
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ser padres
Fuente:
La Vanguardia
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